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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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02-03-2010

 

 

Julio A. Louis

 

Mujica, la clase trabajadora y los intelectuales

SURda

 

Aclaración: ante la carta publicada 31 pasado titulada “El FA, la herramienta”, quien escribe deja constancia que en sus 56 años de militancia nunca ha pertenecido al P. Comunista.

La hegemonía es la capacidad de convencer, de persuadir, la que una clase u otra categoría social dirigente emplea sobre el resto de la sociedad. En el sistema capitalista -con la burguesía usufructuando de la hegemonía y del poder- la clase trabajadora para conseguir la hegemonía debe prepararse, resistir, afirmar un polo contendor en la batalla de ideas, una contra-hegemonía. Y para esa tarea la clase necesita su intelectualidad. Hemos sostenido que hay una estrecha relación dialéctica, de influencias recíprocas, entre la hegemonía y el poder. Una revolución triunfa ejerciendo simultáneamente hegemonía y poder, persuasión y coerción, contra la alienación ideológica esparcida y la violencia descargada por el imperialismo y sus aliados. En el lenguaje de Machiavello, recogido por Gramsci, se trata de combinar la zorra y el león.

Con el vertiginoso desarrollo científico-técnico de la civilización contemporánea, los trabajadores tienden a que pese más su actividad intelectual en relación a la manual o física. La clase se eleva en calidad por su nivel de instrucción, capacitación técnica, teórica y cultural. La separación entre trabajador intelectual y manual es cada vez más difusa, porque aún en las tareas menos calificadas la función intelectual se desarrolla. Sin embargo, no todos tienen la función de intelectuales. Éstos son trabajadores que venden su fuerza de trabajo por un salario pero que ejercen una función trascendente en la formación y reproducción ideológica.

No obstante, aunque los intelectuales son trabajadores, se distinguen entre sí en tanto expresan aspiraciones y necesidades de clases o categorías sociales diferentes o directamente opuestas, con el fin de elaborar una conciencia de sí y de persuadir de sus virtudes a otras clases o categorías (etnias, naciones, religiones, etc.). El clero es una intelectualidad superviviente de antiguas clases dominantes, avenido en occidente tardíamente a la hegemonía de la burguesía. La intelectualidad laica fundamenta la estabilidad del orden burgués (hoy trasnacional) en nombre de principios `superiores' tales como los de libertad o propiedad, entendidos a su manera. Su presencia es bien considerada en la academia o en los medios masivos de comunicación por su función conservadora o reaccionaria, aunque ninguno de esos intelectuales reconocerá que es un servidor del sistema capitalista, funcional a sus designios. Distinto es el rol de la intelectualidad vinculada a las clases populares por la finalidad perseguida, puesto que su elaboración ideológica y política trabaja por la contra-hegemonía de las clases explotadas. Resulta indeseable al sistema y molesta, muchas veces a los dirigentes de su misma clase.

El materialismo dialéctico (`el marxismo') ha aportado para definir el perfil de este intelectual al servicio de la clase trabajadora, o de sus aliados. Valora que tiene que inmiscuirse activamente en la vida de su clase o bloque de clases, construyendo, organizando, persuadiendo. Ellos son quienes –expresadas con las palabras y poesía de José Martí- dicen que “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”. Esos intelectuales son filósofos, docentes, artistas, periodistas, profesionales, expertos científicos, técnicos, etc., pero poseen una concepción que liga la teoría y la práctica (praxis) de modo que les permita pasar toda vez que se les requiera, de la condición de `especialistas' a la de cuadros políticos, aceptando por tales como sostuvo el Che, a dirigentes de alto nivel. En síntesis: el intelectual al servicio de los trabajadores y de las clases populares es un especialista en algún área del conocimiento y un político práctico.

Cuando el Pepe afirma que se precisa una reforma intelectual y moral va bien, porque esa reforma crea el terreno para desarrollar la voluntad colectiva al servicio de los intereses nacionales y populares. Cuando atribuye al Estado un fin educativo también acierta, porque el Estado debe concebirse como un `educador' tendiente a crear un nuevo tipo o nivel de civilización. En cambio, no estamos seguros de que se oriente bien en la relación a establecer entre esa reforma cultural, intelectual y moral y la reforma económica y social. Digámoslo sin rodeos: no puede haber reforma cultural, intelectual y moral si no se suelda a una reforma económica y social profunda, revolucionaria, la que no condice con la actual orientación.

 

 

 
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